La escalada de inseguridad y violencia que se vive en Rosario puso a la ciudad en la agenda nacional. Un lugar paralizado, con calles vacías y repletas de temor. Vecinos que no saben cómo protegerse, y con un Estado que no logra articular acciones que brinden las mínimas condiciones de convivencia de los ciudadanos.
“En todos nosotros fue cambiando nuestro día a día, la rutina… gente que estaba saliendo de una depresión o que salía del consumo volvió a entrar. Florecieron las crisis de parejas, las dificultades para dormir y complicaciones en lo sexual. Nos sentimos en peligro todo el tiempo”, expresó Karina Abella.
“El 'bosque' cambió. Si bien muchas veces morían civiles, era porque accidentalmente quedaban en medio de una balacera, lo que nunca pasaba era que salgan a la vía pública a exterminar a alguien indiscriminadamente y al azar para dejar un mensaje, ese grado de alevosía nunca pasaba”, contó la profesional que reside en la ciudad hace tres décadas.
“Que sienta miedo, que no duerma bien, que me vuelva la depresión... tenemos que tener claro que el desajuste es el entorno, no nuestro cuerpo. Estamos conectados a lo real, y estamos sintiendo objetivamente lo que nos está pasando", agregó.
Frente a un contexto social tan delicado, es importante la promoción de nuevas formas de encuentro y buscar respuestas que contemplen otros parámetros más amplios y solidarios. “No significa que no vamos hacer nada con la manifestación que estamos teniendo, pero no la vivamos o no la pintemos como un desajuste”, expresó.
Por último, coincidió que cuando la gente sale a la calle se siente "desnuda", desprotegida y que la casa debe ser un punto de comunión para afrontar el día a día desde otra mirada.