Las lágrimas que se reflejaban en los rostros de cada madre, las expresiones que transmitían los carteles y las manos que se estrechaban sin cansancio al grito de “Justicia”, caracterizaron la manifestación de este lunes bajo el lema “No al abuso infantil”. Pero, hoy, la palabra “justicia” parece alejarse cada vez más de la realidad que nos toca vivir.

Tres madres que reclamaban por sus hijos. Tres madres que todos los días sufren por el accionar de la Justicia. El caso de Verónica Rodríguez es el más reciente que se conoció en Cañuelas y por el cual se organizaron para manifestarse. Ella denunció que su hija fue abusada por el padrastro y que hace un año que la niña “vive una tortura” por parte de Claudio Espíndola, quien se encuentra prófugo de la justicia. ¿De qué justicia? Si es esta la que no acelera el proceso para ordenar la captura inmediata mientras que la madre de la niña recibe todos los días amenazas de muerte por parte de él y de su entorno. Lo curioso de este caso es que la justicia, aun, no está investigando para comprobar si lo que sufrió la niña fue, en definitiva, una violación. Pero como la justicia tiene su debido proceso, una familia entera tiene que vivir con el miedo de la muerte día a día.

Por otro lado, al mencionado caso se sumó el de Natalia Zamudio, una madre que denunció hace dos años que su hija, para entonces de 10, había sido abusada por su abuelo. Sí, hace dos años ocurrió el hecho y recién, hace muy pocos días recibió la autorización de una restricción de acercamiento de 200 metros para José Álvarez, de 69 años. La niña todavía no declaró ante Cámara Gesell y, volvemos a destacar, que el hecho ocurrió hace dos años. Natalia hasta el día de ayer (por el lunes) recibió amenazas por parte de José y de sus cercanos. Como si no alcanzará, esta persona no está cumpliendo con "la perimetral". El problema en este caso es que no hay manera de comprobar el incumplimiento de la restricción sin testigos. Es decir que esta familia también atraviesa un clima de desprotección por parte de la justicia y los organismos de seguridad.

Pero eso no es todo. Natalia destacó durante la manifestación que el mismo día que conoció el episodio de su hija se dirigió a denunciar el abuso. Según la justicia, se necesita tener testigos para comprobar el hecho. “Entonces, si algún día me están violando le voy a pedir a dos o tres personas que me hagan de testigo”, sentenció Natalia entre lágrimas ante el Comisario Adrián Pavlowsky durante la convocatoria.

Eso no es todo, la mamá de Jhostin Condori, el niño de 5 años que falleció en la Colonia Publica de la ex pileta Santa Marta participó del reclamo este lunes. Sonia, después de tres meses de la partida de su hijo continua pidiéndole a la justicia respuestas de lo que verdaderamente sucedió, ya que nunca se esclareció si fue responsabilidad de las autoridades de la colonia o si el niño sufrió una descompensación tal que lo llevó a perder su vida. Nuevamente: justicia ausente e inactiva.

Sin embargo, hay algo que vincula a los tres casos: el silencio y la complicidad de familiares o testigos de los hechos. Verónica sufre amenazas por parte de la familia del acusado, al igual que Natalia. Mientras que Sonia no consigue que las madres de los niños que estuvieron en la colonia puedan declarar en Cámara Gesell ya que, según ella, hay 5 niños que coinciden en que los encargados no estuvieron presentes cuando Jhostin se ahogó. Un silencio que da miedo... el de nuestra sociedad.

Lo que debemos plantearnos como sociedad activa ante estos hechos es por qué la justicia ante casos de violaciones y de abusos sexuales es tan lenta y tiene tantas fallas. Una posible respuesta son las leyes de nuestro país que se crearon sobre estatutos antiguos donde las mujeres eran utilizadas para este tipo de hechos y exentas de derechos de género.

Mientras tengamos un estado funcional al concepto cultural machista y medios de comunicación que sólo quieran reflejar el morbo y los disturbios de este tipo de hechos, continuaremos con la liberación de criminales, como lo reflejó el caso de Micaela García.

Por Abigail Oliverio